Reflexión dominical-Domingo de la Ascensión del Señor

IR,24 de mayo

REFLEXIÓN DOMINICAL

Domingo de la Ascensión del Señor, Ciclo A

24 de mayo de 2020

Yo estoy con ustedes

Por Fr. Fausto E. Méndez OSA

 

Hace unos días, meditaba sobre este tiempo de Pascua ¡Qué rápido se fueron cuarenta días! Ya estamos celebrando la Ascensión del Señor y, en unos días, la Venida del Espíritu Santo…y apenas ayer estábamos haciendo preparativos para Semana Santa ¡Oh tiempos, oh costumbres! Muchas cosas cambian, pero el Señor permanece, no se ha ido y, con Él, queda la promesa de volvernos a ver.

 

La primera lectura es muy significativa para iniciar esta reflexión: “Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se le apareció y les habló del Reino de Dios”. (Hch, 1, 3) ¿Lo hemos escuchado en estos días? ¿Hemos tenido ese personal encuentro con Dios? ¿Hemos hecho de este tiempo un tiempo de retiro y reflexión?

 

Hay quien ha tenido la confianza de compartir conmigo lo difícil que ha sido este tiempo de retiro, de separación de lo cotidiano, del sentimiento de “encierro” que se ha hecho tan pesado…¡Qué difícil es separarnos del mundo y recogernos al interior! El religioso vive un proceso similar de “desapego del mundo” y comprendo, no es sencillo, pero hay que verlo como una oportunidad para centrarse, ¿En qué? ¡En lo que necesites! Mucha propaganda hay de que en la cuarentena hay que “aprovechar el tiempo”, que es muy “perjudicial no hacer nada”, de ahí que, muchos, no quisieran reflexionar porque “es no hacer nada”.

 

No son monjes. No se espera el discernimiento de los Padres del desierto, pero así como llegó un momento en que las series ya no eran suficientes, que se acabaron las recetas que intentar, los armarios que desalojar, en fin…buscamos mil manera de ocupar la mente y el tiempo, pero muy pocos se dedicaron a sentarse y meditar. Creo, en mi ignorancia, que estos momentos son dones de Dios para hacer una llamada severa de atención sobre el rumbo que nuestra vida está tomando, tanto en lo personal como en lo social. Nuevamente hacen eco en mí las palabras del Papa Francisco: “La tormenta ha desenmascarado nuestra debilidad” ¿Y qué hemos hecho para fortalecernos? ¡Huir de nosotros, de la familia, del diálogo!

 

Sería muy optimista decir que, si todos invirtiéramos tiempo en la familia, la situación mejoraría y todo sería color de rosa, mas temo decir que no es así de sencillo. Ha aumentado la violencia, en palabras, obras, contra las mujeres y los niños, porque no abrimos los ojos del interior para reconocer nuestra sed de Dios. Sí, habrá quien no se perdió la misa dominical y diaria por diversos medios, pero ¿Creció nuestra vida de oración? ¿Hicimos de nuestro hogar un lugar de reposo en medio de la tempestad? ¿Fuimos capaces de ver las pruebas de que Jesús vivía entre nosotros?

 

Lo que menos pretende este momento es ser una especie de regaño. Pretendo una invitación a renovarnos, a hacer presente esa Pascua que pasamos encerrados sin celebrar la alegría de la Resurrección como Iglesia que se reúne alrededor de la mesa del Señor. Este tiempo lo vivimos como Iglesia doméstica, ¿La fortalecimos? ¿Creció nuestra fe mientras oramos por el fin de la pandemia? U ¿Organizamos una que otra fiesta para evitar estos momentos?

 

Antes de iniciar este recogimiento en los hogares, tuve la oportunidad de dar una pequeña charla en el retiro de Cuaresma. Hablé sobre la importancia de vivir el silencio. Muchos sueñan con retirarse a la montaña y contemplar grandes laderas de bosque y reflexionar sobre la vida, esperando el mágico momento en que la revelación de algo grandioso se haga presente y tu vida cambie radicalmente…y se nos viene una pandemia.

 

A lo largo del tiempo de Pascua, escuchamos el libro de Hechos de los apóstoles, donde se hizo presente la persecución de los primeros testigos de la fe que compartían escondidos la Buena Nueva de Cristo. Hoy, recluidos, seguimos compartiendo ese mensaje, pero quizás no lo hemos escuchado. Hace falta silencio, no en el hogar, sino en nuestro corazón. Estamos al día en las noticias, en los chistes, en los videos más graciosos, etc. ¿Y al tanto de Dios?

 

Si has gozado de relación e inactividad ¡Bien por ti!, sin embargo, estar relajado no siempre significa estar en paz y sin embargo tampoco significa que debas perturbarte. Este cuestionar la tranquilidad es confirmar que Dios está en nuestra vida, o que quizás nos hace falta más que nunca, porque eso de aburrirse después de hacer todo lo que te gusta, indica vacío ¡Claro, hermano! El trabajo, los bailes, las reuniones, eso nos falta…En esto tiempo no he escuchado sino a unos cuantos decir: extraño dar clases (a distancia no es lo mismo), extraño los abrazos de mis amigos, extrañamos regodearnos entre amigos, extraño el afecto que ilumina el día a día…extrañamos personas, no cosas; extrañamos los lugares por los recuerdos que nos evocan, en fin, extrañamos lo que compartimos y eso, no es el mundo, sino el amor que nos une y nos fortalece en medio de los días grises.

 

Por eso, San Pablo pide: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente” (Ef. 1, 18) y remata, “Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados” (Ef. 1, 19) Que veamos a Dios en nuestro interior, que lo escuchemos para ver qué quiere de nosotros, qué hay que cambiar o afianzar, ¿Hay algo que sanar?

 

Dios lo dijo y hasta el momento, lo ha cumplido: “Yo estoy con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo” ¿Sentimos su presencia? Cuando no hay necesidad de oración, que no es lo mismo que rezo, eso no indica paz, al contrario, significa un asedio terrible de desesperanza, es decir, de quien se ha cansado de luchar contracorriente y ha dejado a la deriva su vida porque ya se cansó de navegar y no llegar, de esforzarse y no lograr nada o, cada quién sabe porque se ha detenido. Un barco con rumbo no se detiene si no es necesario y hoy que el alto es forzoso, hay que ser constantes en revisar que tenemos lo necesario para continuar una vez que retomemos el camino.

 

Celebrar la Ascensión, es fijar la mirada en el cielo, no para despedir al Señor, sino para que respire la mirada. Los sueños entran por los ojos, cuando se ve el cielo con la luz del día o la de las estrellas. Ver al cielo, subir nuestra mirada a Dios es el inicio de una búsqueda que termina descubriendo lo evidente, Dios está con nosotros, siempre.

 

Señor, concédenos la alegría de elevar nuestra oración de acción de gracias, porque no nos has dejado solos. En tu Ascensión está la victoria del género humano, redimido, llevado a la derecha del Padre y, al mismo tiempo, renovado porque recuerda que tú estás con él, conmigo, con nosotros pues, mientras te buscamos en el cielo, tú nos hablas desde nuestro corazón, también quieres hablarnos como los amigos que somos, también quieres ser escuchado

 

Dios contigo, conmigo, con nosotros.

Publicado el 23 May, 2020 en Presentación. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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