SEMANA SANTA
2020
Viernes Santo o de la Pasión del Señor
10 de abril de 2020
El don y misterio de la soledad
Fr. Fausto E. Méndez OSA
Padre, en tus manos encomiendo mi soledad…
Ser humano es aceptar que una considerable parte de tu existencia la tendrás que pasar en soledad, pero es la Cruz que hoy se recuerda la que enseña que un momento puede significar toda la eternidad.
Cabe aclarar que la soledad no es “estar sin nadie”, sino siempre en compañía de Dios porque Dios nunca te abandona, aunque nosotros hagamos hasta la imposible por alejarnos de Él y, así entonces, la frase desgarradora de «Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?» no es un reclamo de Jesús por su soledad sino que es un grito de fe, de esperanza, de un amor que llora, llora porque el hombre, corona de la creación, se ha impuesto como señor de lo creado; Jesús grita porque es el único hombre que sigue fiel a la promesa, al plan original de renovarlo todo, grita el amor que es humillado por amar, grita el creyente que sabe que es escuchado, no grita la desesperación sino la esperanza del consuelo.
Soledad es un encuentro personal en compañía de Dios. Es un encuentro tan íntimo y profundo por el hecho de semejante compañía, que por eso muchos temen a “quedarse solos”, pues es posible que no soporten la soledad, que no se soporten ellos mismos o que no toleren este reto. Estar solo no es necesariamente estar en presencia de Dios, porque se pueden poner música al más alto volumen, ver películas o series en un día o dormitar excesivamente para que no nos agobie el dolor, jugar todo el día videojuegos, etc. Estar solo es un encuentro que antecede un cambio y, nuevamente, eso nos enseña la soledad de la cruz.
Jesús no necesitaba de conocerse a sí mismo porque sabía quien era, sabe quién es, pero esa soledad que experimentó es el anuncio de soledad del hombre. En Cristo se ve el sufrimiento personal y al mismo tiempo humano. Si te sientes solo en la batalla, recuerda la soledad de la cruz, si tienes miedo, recuerda que Getsemaní, si sientes dolor, recuerda las caídas, si sientes cansancio pide un cireneo, si sientes que no puedes más, recuerda que Cristo enseñó con la soledad de la Cruz, que cada punzada de tu viacrucis, Dios la siente primero.
La soledad es un regalo para recordar nuestro dolor y darle sentido a nuestro sufrimiento pues amor que no sufre, amorque no ama y por lo tanto no es amor y nuestro tiempo dirá que eso es tóxico, que no es sano, que así no debe ser la vida, que la felicidad y el amor no dañan sino que sanan y un montón de pretextos para alejar el dolor y asumir el sufrimiento de la cruz y así, también la soledad es libertad para decidir si se toma o no el riesgo de la cruz, tú solamente puedes tomar la decisión, pero de tu decisión depende el amor que entregas en tu vida diaria, en tu trabajo, en tu trato, en el mínimo detalle…cuando cargas tu cruz, recuerda que otros también cargamos las nuestras; y si decides no cargar la propia, Dios la sostiene y te espera a retomarla.
¿Por qué pasar por la cruz? ¿Por qué nuestro Dios todopoderoso, toda bondad, toda sabiduría y ciencia quiere que pase por el dolor y el sufrimiento cuando amo? ¡Ese no es un Dios bueno sino malévolo y torturador! Y por muy repetitivo que suene, recuerda la cruz. Jesús no fue ajeno a nuestra debilidad, nos comprende y por eso nos dice recuerda, recuerda la cruz, recuerda que yo te amé primero…
La soledad es perdón, el perdón que ama y no quiere contaminarse con el cáncer del rencor o el veneno de la venganza; estar solo es momento para reflexionar en el padrenuestro de cada día, en el que además de pan, se nos recuerda y concede perdón. Solo tú eres capaz de recordar lo mucho que Dios te perdona, sólo ese momento es crucial para que recapacitemos, que caigamos en la cuenta de ese amor primero que nos creó, que nos perdonó, que nos fecunda. Quizás nos horroriza, disgusta, inquieta, no sé, ver a quien nos ofendió, pero es necesario contemplar al agresor.
San Agustín nos enseña a entrar en ese proceso de perdón y de contemplar al agresor: Dios está en lo más profundo de mí, y así como en mí está él, está en el prójimo que me ofendió, que me hirió, por lo que contemplar al agresor es encontrar a Dios en medio de mi dolor, es encontrar que el amor late en aquél que rechazó a Dios, peor lo sigue buscando, como a ti…uno porque ofendió y otro porque no perdona y así, quien no perdona es más un hijo envidioso que un hijo pródigo, que no se alegra porque su ofensor puede gozar de la misma o hasta más misericordia que la de él, razón por la cual Satanás odia al hombre.
El perdón depende del ofendido, pero que esa relación se redima, depende del ofensor, un ejemplo es el del hijo pródigo que arrepentido y dolido por su falta vio necesario regresar y al hacerlo le pide perdón a su padre que ya lo había perdonado, pero ese perdón da fruto en el ofensor cuando vuelve; el hermano envidioso que siempre estuvo en la casa se ofendió cuando al pecador se le ofreció lo que siempre tuvo y no aprovechó y total no quiere entrar a la casa y el padre va y lo busca para que regrese ¡Cuánta falta nos hace recordar la soledad de la cruz! Si la recordáramos, agradeceríamos su misericordia y pediríamos más para quien la necesita y así pediríamos los unos por los otros, perdonando nuestras ofensas como Dios perdona las nuestras, día con día.
La soledad del ayuno, del que no come para privarse del alimento y lo comparte al que vive de ayunos más que de pan; ayunar no es sólo satisfacer un precepto sino sacrificarse en lo personal. Hay quien comenta que vale más agradecer lo que se come que no comer, hay quien dice que hace mayor bien ayudando a otros que privándose de algo que le hace bien…y así miles de excusas para no sufrir hambre voluntariamente, aunque la mayor parte del tiempo el trabajo o los quehaceres no hagan que coma como deba…sólo nos molesta el ayuno que doma mi cuerpo, el personal que da fruto en la caridad con el otro. Si no soy capaz de hacer ese pequeño sacrificio, como ser fiel en los mayores…y nuevamente llueven pretextos sobre la salud, el bienestar que la ciencia recomienda esto y aquello y así, evitando el ayuno, seguimos ofreciéndole vinagre a Cristo.
¡Misericordia quiero, no sacrificios! Sí, pero no quiere el sacrificio de los toros o corderos de la antigua ley, quiere el sacrificio de mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra ¡Todo mi ser! Y así, la soledad del sacrificio es la soledad del amor que pende en la cruz, está solo pidiendo perdón por que no sabemos lo que hacemos, esta solo prometiendo el paraíso al ladrón arrepentido y no al justo seguro de sí. La soledad de Cristo es amor, una enseñanza para nuestro corazón, una muestra del corazón que sufre por amor, con amor enamorado.
La soledad es misterio, no la comprendemos del todo, pero tiene la promesa de un bien mayor; es una semilla que promete vida…después de pasar un tiempo bajo tierra…y si te pesa tu soledad, mira la cruz y se sanará tu soledad de su agobio y peso, y podemos seguir el camino con nuestra cruz.
Hoy, Viernes Santo, recordamos la soledad de la cruz, el dolor de la Madre, el silencio de los apóstoles y la necedad de nuestro corazón porque, en este día, también somos Pedro cuando negamos el amor que nos perdona negándonos la posibilidad de perdonarnos a nosotros mismos ¿Cómo no soy capaz de perdonarme a mi mismo? Quien no puede hacerlo, se ha convertido en su propio juez, ha quedado cegado por su orgullo incapaz de aceptar con humildad un error de otro o con el miedo a abrir su corazón. No perdonarse a sí mismo es capaz de llevarnos a la salida de Judas o al llanto de Pedro y no junto a María, como los discípulos amados ¿o es que no hemos aprendido a callar a nuestro corazón y a escuchar a su residente que no es otro que Dios? ¿No eres tú discípulo del Maestro?
Perdónate como has sido perdonado en la cruz. Mira tu angustia clavada en el amor, mira la ansiedad que punza la cabeza del amor que, no importa lo que hayas hecho, tú estás en sus manos y te promete el paraíso.
Dice el profeta: “Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará” ¡Señor que no seamos ciegos ni sordos! Que tus fatigas no sean en vano cuando el corazón pone sus “condiciones” ¡Sana mi soledad!
La soledad es sed Dios, si Él no te ofrece vinagre ¿Tú se lo volverás a ofrecer a Él?
Ay Señor, Dios mío, Dios mío, tú bien sabes que tengo sed…
Entonces, recuerda, recuerda, recuerda la cruz y la pasión del Señor.
Dios contigo, conmigo, con nosotros.