Archivos Mensuales: abril 2020

Reflexión dominical-Domingo de Pascua

Reflexión Domingo de Resurrección, oficial

Semana Santa

2020

 

Reflexión dominical-Domingo de Resurrección

12 de abril

 

Resucitó de veras,

mi amor y mi esperanza

Por Fr. Fausto E. Méndez OSA

 

Resuena en nuestro corazón la alegría del Señor resucitado y resuena y se transmite más rápido que la enfermedad o la desesperación: la alegría es más veloz que la luz, pero no debe, en lo absoluto, ser tan fugaz como un destello.

 

Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe y junto a la resurrección, su vida, pasión y muerte. He aquí el misterio pascual: El Dios que ha creado todo con la Palabra, la Palabra misma, se hizo carne ¡Palabra viva y verdadera! El rey que nació entre animales, el rey cuyo cetro de caña y corona de espinas fue instalado en el trono de la cruz, ha vencido a la muerte y así, con su humillación, la soberbia que nos separó de Dios no tiene ya dominio sobre los hombres…

 

¿Pero si venció a la muerte, por qué seguimos muriendo? La tragedia de la vida consiste en reconocer que, por el simple hecho de ser creaturas, habremos de morir, pero el consuelo, la alegría de este día en concreto es que al vencer Cristo a la muerte, la ha vencido también para nosotros y con Él, nos uniremos y gozaremos de este nuevo nacimiento, de este llegar a nuestra plenitud que jamás alcanzaremos en este mundo…

 

El misterio pascual, la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo, es la significación de nuestra vida, pues no hay dolor al que no le siga la resurrección, no hay esperanza que no reciba la recompensa de su paciencia.

 

Al amanecer salen al encuentro para bañarlo con perfumes, no saben que la brisa de esa mañana tiene el perfume de la vida, la frescura de la hierba es la de sus cabellos y la luz del sol es sólo un breve destello de la nueva aurora porque no está aquí ¡Ha resucitado de veras, mi amor y mi esperanza!

 

Dice San Agustín: si los muertos no resucitan, ninguna esperanza nos queda de vida futura; si, en cambio, resucitan, habrá ciertamente vida futura. Nuestra esperanza no es otra que la resurrección de los muertos, y también nuestra fe.” (Serm. 361) y con esta esperanza, con este triunfo del amor, renovemos nuestro compromiso de creer que este momento pasará, que estos días de encierro son como el tiempo de Jesús en el sepulcro: no será eterno, sólo breve, pero en lo que dura, disfrutemos, vivamos, aprendamos y tratemos de cambiar, como dice san Pablo, nuestro viejo yo, para que cuando salgamos, cuando volvamos a abrazarnos, cuando podamos volver a vernos, llevemos un espíritu nuevo, renovado y sincero a los que tanto extrañamos.

 

Resuenan en mí las palabras del Papa Francisco: “Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte.” Porque quien tiene fe, no teme a la muerte, no teme a la vida y tampoco teme a la cruz y Señor, me reconozco, nos reconocemos, miedosos, pero la alegría de este no encontrarte en el sepulcro, la alegría de ver vacío el sepulcro, es la alegría de que has querido sepultarte en nuestro corazón, muriendo como el trigo para dar fruto en nosotros.

 

Señor Jesús, concédenos resucitar con amor, con esperanza, que la luz de nuestra fe no se apague, que se sacie la sed de nuestra soledad, que nosotros, que te aguardamos como el centinela a la aurora resucitemos contigo renovados en el amor que canta ¡Aleluya, aleluya! ¡Resucitó! ¡Resucitó! ¡Resucitó de veras mi amor, y mi esperanza!

 

Dios contigo, conmigo, con nosotros.

 

Reflexión para Sábado Santo-Como el centinela que aguarda la aurora

Sábado Santo, oficial

Semana Santa

2020

 

Reflexión para Sábado Santo

11 de abril

 

Como el centinela que aguarda la aurora

Por Fr. Fausto E. Méndez OSA

 

¡Alégrense por fin los coros de los ángeles! Desde lo hondo del abismo, desde la muerte, habrá de venir el Señor revestido de gloria y majestad y por eso, lo aguardo…

 

Desde lo hondo a ti grito, Señor, desde lo más profundo de mi corazón que te necesita y suspira por ti. Inquieta está mi alma que espera a su Señor…pero pesa el sueño de la noche, la pesadez de la rutina, la frustración de mis planes y proyectos para este año…me pesa, Señor, lo confieso, que esperándote, desespere y me da miedo caer en la soberbia de hacer las cosas a mi manera, como el paciente que instruye al médico cómo curarlo…

 

Señor, escucha mi voz que te busca y no te encuentra, pues te busca en la oscuridad del sepulcro y no en la frescura del jardín…no permitas que enmudezca por el cansancio, por la ansiedad de mi desesperanza, que no grite como abandonado sino como el amado que busca a su amada y no calla hasta encontrarla, que no calle como el pastor no se silencia hasta que su oveja reconoce su voz…

 

Y él me dice: Estén tus oídos atentos, no vaya a ser que confundas mi voz y escuches tus deseos o los de otros ¡Atención! Busca mi voz, la dulzura de mis promesas…

 

La voz de mi súplica se cansa, pero la renueva la esperanza de verte de nuevo, de ver en tus ojos la paz, de curar la lepra de mi ansiedad por querer controlar mi vida, lepra que cura tu mirada paciente, el abrazo de tu cruz y tu frente herida…¡Qué no me canse de hacer guardia! ¡Que no me duerma en esta noche que te espera! Señor, que el canto de mi súplica se una a la voz de la aurora…  

 

No llevas cuenta de mis faltas. Tu amor no cuenta, tu amor canta y me canta para que lo escuche, para que sea escuchado, para que no me canse de esperar, espero oyendo, oyendo espero y esperando estoy al amor que canta ¿Quién puede resistir tu voz? Tú, que porque amas, perdonas y porque sólo tú me conoces como soy y así me amas, ¿Cómo no respetar a quién conoce todo de mí y sin juzgarme baja la cabeza y guardando silencio, muere?

 

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra…Él dijo que volvería, por eso lo espero que si no es lógico o razonable o posible…Dios es experto en lo imposible, pero para resolver, para sanar, para curar, hay que pasar por la cruz, por lo que no hay que temer a la cura si Él me ha prometido que sanaré ¡Hágase tu voluntad!, pero ¡Ven, ven pronto! Dijiste que volverías ¡Te espero!

 

Espera en su palabra mi alma y con ella el mundo entero ¡Volverás! La muerte no se impedimento, la has vencido por el amor que nos tienes…venció a la muerte por mí, por ti, por amor. El Señor, con sus ojos de paloma, me enseña a fijar la mirada en lo alto del cielo, donde en lo alto no veo las tinieblas, donde por muy oscuro que esté, el sol logra asomar débiles destellos, en especial cuando ya llega el amanecer

 

Te espero de noche, porque sólo ella conoció el momento en que la oscuridad fue tan clara como el día, te espero como el centinela aguarda a la aurora, para descansar, volver a casa, porque vienes por mí y de una manera u otra, quiero esperarte con los brazos abiertos, seguro de tu perdón, confiado en tu amor y por eso no duermo, porque te espero, porque te quiero, porque ésta es la noche del amor, la noche en que despierta del sepulcro la vida que vence a la muerte; la gracia mueve la piedra de la culpa y la mortaja se despoja de la podredumbre y se respira el perfume de lirios frescos…

 

Que mi alma no desespere, Señor, que no se impaciente y que hoy, como desde ese momento, recuerde que sólo tú tienes el poder para cambiar nuestra realidad, porque eres el principio y el fin, tuyos son el ayer y el hoy, el tiempo y la eternidad…

 

Por eso mi alma espera en el Señor, como el centinela a la aurora.

 

Dios contigo, conmigo, con nosotros.

 

Reflexión para Viernes Santo-El don y misterio de la soledad

 

Viernes Santo, oficial

SEMANA SANTA

2020

 

Viernes Santo o de la Pasión del Señor

10 de abril de 2020

 

El don y misterio de la soledad

Fr. Fausto E. Méndez OSA

 

Padre, en tus manos encomiendo mi soledad…

 

Ser humano es aceptar que una considerable parte de tu existencia la tendrás que pasar en soledad, pero es la Cruz que hoy se recuerda la que enseña que un momento puede significar toda la eternidad.

 

Cabe aclarar que la soledad no es “estar sin nadie”, sino siempre en compañía de Dios porque Dios nunca te abandona, aunque nosotros hagamos hasta la imposible por alejarnos de Él y, así entonces, la frase desgarradora de «Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?» no es un reclamo de Jesús por su soledad sino que es un grito de fe, de esperanza, de un amor que llora, llora porque el hombre, corona de la creación, se ha impuesto como señor de lo creado; Jesús grita porque es el único hombre que sigue fiel a la promesa, al plan original de renovarlo todo, grita el amor que es humillado por amar, grita el creyente que sabe que es escuchado, no grita la desesperación sino la esperanza del consuelo.

 

Soledad es un encuentro personal en compañía de Dios. Es un encuentro tan íntimo y profundo por el hecho de semejante compañía, que por eso muchos temen a “quedarse solos”, pues es posible que no soporten la soledad, que no se soporten ellos mismos o que no toleren este reto. Estar solo no es necesariamente estar en presencia de Dios, porque se pueden poner música al más alto volumen, ver películas o series en un día o dormitar excesivamente para que no nos agobie el dolor, jugar todo el día videojuegos, etc. Estar solo es un encuentro que antecede un cambio y, nuevamente, eso nos enseña la soledad de la cruz.

 

Jesús no necesitaba de conocerse a sí mismo porque sabía quien era, sabe quién es, pero esa soledad que experimentó es el anuncio de soledad del hombre. En Cristo se ve el sufrimiento personal y al mismo tiempo humano. Si te sientes solo en la batalla, recuerda la soledad de la cruz, si tienes miedo, recuerda que Getsemaní, si sientes dolor, recuerda las caídas, si sientes cansancio pide un cireneo, si sientes que no puedes más, recuerda que Cristo enseñó con la soledad de la Cruz, que cada punzada de tu viacrucis, Dios la siente primero.

 

La soledad es un regalo para recordar nuestro dolor y darle sentido a nuestro sufrimiento pues amor que no sufre, amorque no ama y por lo tanto no es amor y nuestro tiempo dirá que eso es tóxico, que no es sano, que así no debe ser la vida, que la felicidad y el amor no dañan sino que sanan y un montón de pretextos para alejar el dolor y asumir el sufrimiento de la cruz y así, también la soledad es libertad para decidir si se toma o no el riesgo de la cruz, tú solamente puedes tomar la decisión, pero de tu decisión depende el amor que entregas en tu vida diaria, en tu trabajo, en tu trato, en el mínimo detalle…cuando cargas tu cruz, recuerda que otros también cargamos las nuestras; y si decides no cargar la propia, Dios la sostiene y te espera a retomarla.

 

¿Por qué pasar por la cruz? ¿Por qué nuestro Dios todopoderoso, toda bondad, toda sabiduría y ciencia quiere que pase por el dolor y el sufrimiento cuando amo? ¡Ese no es un Dios bueno sino malévolo y torturador! Y por muy repetitivo que suene, recuerda la cruz. Jesús no fue ajeno a nuestra debilidad, nos comprende y por eso nos dice recuerda, recuerda la cruz, recuerda que yo te amé primero…

 

La soledad es perdón, el perdón que ama y no quiere contaminarse con el cáncer del rencor o el veneno de la venganza; estar solo es momento para reflexionar en el padrenuestro de cada día, en el que además de pan, se nos recuerda y concede perdón. Solo tú eres capaz de recordar lo mucho que Dios te perdona, sólo ese momento es crucial para que recapacitemos, que caigamos en la cuenta de ese amor primero que nos creó, que nos perdonó, que nos fecunda. Quizás nos horroriza, disgusta, inquieta, no sé, ver a quien nos ofendió, pero es necesario contemplar al agresor.

 

San Agustín nos enseña a entrar en ese proceso de perdón y de contemplar al agresor: Dios está en lo más profundo de mí, y así como en mí está él, está en el prójimo que me ofendió, que me hirió, por lo que contemplar al agresor es encontrar a Dios en medio de mi dolor, es encontrar que el amor late en aquél que rechazó a Dios, peor lo sigue buscando, como a ti…uno porque ofendió y otro porque no perdona y así, quien no perdona es más un hijo envidioso que un hijo pródigo, que no se alegra porque su ofensor puede gozar de la misma o hasta más misericordia que la de él, razón por la cual Satanás odia al hombre.

 

El perdón depende del ofendido, pero que esa relación se redima, depende del ofensor, un ejemplo es el del hijo pródigo que arrepentido y dolido por su falta vio necesario regresar y al hacerlo le pide perdón a su padre que ya lo había perdonado, pero ese perdón da fruto en el ofensor cuando vuelve; el hermano envidioso que siempre estuvo en la casa se ofendió cuando al pecador se le ofreció lo que siempre tuvo y no aprovechó y total no quiere entrar a la casa y el padre va y lo busca para que regrese ¡Cuánta falta nos hace recordar la soledad de la cruz! Si la recordáramos, agradeceríamos su misericordia y pediríamos más para quien la necesita y así pediríamos los unos por los otros, perdonando nuestras ofensas como Dios perdona las nuestras, día con día.

 

La soledad del ayuno, del que no come para privarse del alimento y lo comparte al que vive de ayunos más que de pan; ayunar no es sólo satisfacer un precepto sino sacrificarse en lo personal. Hay quien comenta que vale más agradecer lo que se come que no comer, hay quien dice que hace mayor bien ayudando a otros que privándose de algo que le hace bien…y así miles de excusas para no sufrir hambre voluntariamente, aunque la mayor parte del tiempo el trabajo o los quehaceres no hagan que coma como deba…sólo nos molesta el ayuno que doma mi cuerpo, el personal que da fruto en la caridad con el otro. Si no soy capaz de hacer ese pequeño sacrificio, como ser fiel en los mayores…y nuevamente llueven pretextos sobre la salud, el bienestar que la ciencia recomienda esto y aquello y así, evitando el ayuno, seguimos ofreciéndole vinagre a Cristo.

 

¡Misericordia quiero, no sacrificios! Sí, pero no quiere el sacrificio de los toros o corderos de la antigua ley, quiere el sacrificio de mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra ¡Todo mi ser! Y así, la soledad del sacrificio es la soledad del amor que pende en la cruz, está solo pidiendo perdón por que no sabemos lo que hacemos, esta solo prometiendo el paraíso al ladrón arrepentido y no al justo seguro de sí. La soledad de Cristo es amor, una enseñanza para nuestro corazón, una muestra del corazón que sufre por amor, con amor enamorado.

 

La soledad es misterio, no la comprendemos del todo, pero tiene la promesa de un bien mayor; es una semilla que promete vida…después de pasar un tiempo bajo tierra…y si te pesa tu soledad, mira la cruz y se sanará tu soledad de su agobio y peso, y podemos seguir el camino con nuestra cruz.

 

Hoy, Viernes Santo, recordamos la soledad de la cruz, el dolor de la Madre, el silencio de los apóstoles y la necedad de nuestro corazón porque, en este día, también somos Pedro cuando negamos el amor que nos perdona negándonos la posibilidad de perdonarnos a nosotros mismos ¿Cómo no soy capaz de perdonarme a mi mismo? Quien no puede hacerlo, se ha convertido en su propio juez, ha quedado cegado por su orgullo incapaz de aceptar con humildad un error de otro o con el miedo a abrir su corazón. No perdonarse a sí mismo es capaz de llevarnos a la salida de Judas o al llanto de Pedro y no junto a María, como los discípulos amados ¿o es que no hemos aprendido a callar a nuestro corazón y a escuchar a su residente que no es otro que Dios? ¿No eres tú discípulo del Maestro?

 

Perdónate como has sido perdonado en la cruz. Mira tu angustia clavada en el amor, mira la ansiedad que punza la cabeza del amor que, no importa lo que hayas hecho, tú estás en sus manos y te promete el paraíso.

 

Dice el profeta: “Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará” ¡Señor que no seamos ciegos ni sordos! Que tus fatigas no sean en vano cuando el corazón pone sus “condiciones” ¡Sana mi soledad!

 

La soledad es sed Dios, si Él no te ofrece vinagre ¿Tú se lo volverás a ofrecer a Él?

 

Ay Señor, Dios mío, Dios mío, tú bien sabes que tengo sed…

 

Entonces, recuerda, recuerda, recuerda la cruz y la pasión del Señor.

 

Dios contigo, conmigo, con nosotros.

 

Reflexión para Jueves Santo-¿Por qué soy ateo?

Jueves-Santo

Semana Santa

2020

Reflexión para Jueves Santo

9 de abril

¿Por qué soy ateo?

Fr. Fausto E. Méndez OSA

 

Algún Jueves Santo de mi adolescencia, recuerdo que me pasé la mañana viendo imágenes “atacaban a los creyentes”. De aquéllas, algunas muy crudas, otras simplonas, pero en sí todas contra la fe cristiana y, curiosamente, ensalzando otros credos.

 

No es mi intención juzgar a los ateos ni ensalzar a los creyentes, pues hay muchos ateos que muestran más fe (aunque sea en la ciencia) y muchos creyentes que creen más en sí mismos que en Dios y hoy, el día en que conmemoramos el inicio del Triduo Pascual, conmemoramos el misterio del amor: la Eucaristía, que como hoy ha dicho el Papa Francisco: «Eucaristía, servicio, misión».

 

La Eucaristía es el misterio del absurdo y, antes de que el lector se exalte, la palabra absurdo quiere decir que algo es contrario a la lógica o a la razón o que es difícil de entender y sí, lo hemos usado para descalificar y posiblemente también el Señor lo use así, para “descalificar” nuestra suficiencia, nuestra poder y confianza en la razón cuando la Escritura lo dice: «porque no hay nada imposible para Dios» (Lc. 1, 37).

 

 Y así, Dios siempre se manifiesta en ese absurdo que dice que creó el mundo sólo con la Palabra, que pidió a un envejecido creyente que sacrificara a su hijo, que rociarán los dinteles de las puertas para que la muerte no pasara a su casa, que cruzaran en medio del mar sin mojarse, que un rey naciera en un pesebre, que un carpintero fuera el Redentor de la humanidad, que los muertos resucitan y que el amor se encierra en un simple pedazo de pan…

 

Dios es un Dios de absurdos a nuestra lógica, a la ciencia y a la razón, lo cual no implica que Él no haga las cosas con una lógica, por una razón y por su sabia ciencia. El hombre, nosotros, nos alejamos del Padre desde el comienzo con desobediencia, homicidio, abandono, autosuficiencia, etc. Hoy, en la Cena del Señor, el Padre invita a sus hijos al banquete ¡Qué manera de reconciliar si no es en el banquete! Pero creemos que él debe disculparse por su silencio, porque “nos abandonó” cuando la realidad es que esta fiesta es para encontrarnos y celebrar lo que su amor ha hecho en la vida de todos los hijos de Adán.

 

Jesús, el nuevo Adán, es el anfitrión que prepara la cena para que recordemos lo bueno que el Señor ha sido con nosotros y ya sea en el Triduo Pascual, ya sea en cada misa o en la lectura de la Biblia, leemos como Dios interviene en la historia que lo ha dejado de lado, la historia que deja huella cuando el hombre escribe y no cuando la Palabra crea, la historia en la que irrumpe Cristo y la divide en un antes y un después no por mera cronología sino como el máximo de los hitos porque al irrumpir el Señor en “lo que llamamos historia”, lo que hace es unirnos a su tiempo, encausarnos en el orden que estableció en el principio: el Señor destruye la historia haciéndola presente vivo donde la memoria y el porvenir nutren nuestro camino de peregrinos y ese alimento es la Eucaristía.

 

Hoy se no recuerda en la liturgia la cena que hizo Moisés con los hebreos esclavos donde esas instrucciones fundamentan la misión que perpetuara el misterio de salvación, un misterio que realiza Jesús con sus amigos en la celebración de la Pascua. La Eucaristía es misión y servicio vivo como sacramento real y verdadero, pero es, ante todo, misterio encarnado en el ministerio sacerdotal, una misión de entrega, servicio y amor, un signo de Cristo, de ahí que no sea extraño que al sacerdote se le diga alter Christus

El sacerdote lleva en su ser, no sólo en sus manos, la encomienda de hacer presente la memoria y el porvenir en un ritual, hacer que el tiempo sea el mismo que en esa cena o en el del Gólgota, el sacerdote es Pedro que niega, es el joven Juan, el Tomás que duda o el Judas que traiciona: los apóstoles representan al hombre y su debilidad que, contra ésta, el amor de Cristo la perdona, redime y santifica para santificar a los demás; hoy recordamos la primera liturgia, la única, que antes se decía fracción del pan y hoy con verdad decimos: el testamento del amor.

 

Sin embargo, Dios endurece nuestro corazón como lo dice del Faraón. El Señor no lo endurece por su voluntad, sino que el Faraón representa a ese hombre que le fue concedido el poder y lo esgrime como si fuera suyo y así como este egipcio que no conoció a Dios, ¿Cuántos sacerdotes no han abusado el poder dando una imagen falsa del amor? Y al mismo tiempo hay que reconocer, cuántos a pesar de sus errores, han dado un gran testimonio del amor de Dios en su vida e insisto, a pesar de sus muchas faltas…como creyentes juzgamos fácil a Pedro o a Judas, como a los obispos o sacerdotes, pero no somos capaces de perdonar sus faltas como el Señor nos perdona a nosotros.

 

La misión de Cristo es la del sacerdote, pero no por eso ese hombre será perfecto y tampoco es pretexto para que no quien se equivocó se corrija y rectifique el camino…pero no hay perdón por los fieles a los que el pecado de otros les endurece el corazón y se creen jueces ¡Tal parece que ya olvidaron que ellos, nosotros, todos hemos sido perdonados! ¿Por qué no vamos a perdonar? Oremos porque, independientemente de los errores de algunos, siga vivo el misterio que ellos representan pues Dios nos escogió santos inmaculados sino santos perdonados para ser apóstoles y sacerdotes.

 

Es Jueves Santo, vamos a cenar en casa, sin sacerdotes, sin comunión, sin adorar al Santísimo Sacramento cara a cara como otros años, lo adoraremos con el corazón, con la comunión espiritual que como Iglesia hacemos; no nos lavaremos los pies, pero podemos ofrendar amor a los que me rodean, un amor que nos hace libres del rencor o el odio, ese amor que sirve y no juzga, ese amor que nos salva y que nos llama a vivir estos tiempos difíciles con fe, esperanza y especialmente caridad pues el Señor no quiso que el servicio fuera “lavar los pies”, sino amar lo que hacemos por quien esos pies sostienen.

 

Lavar los pies es aminorar el cansancio, es dedicar una sonrisa, es abrazar (ahorita no por la sana distancia), es preparar la mesa, hacer la comida, hacer quehacer, servir es amar lo que hacemos y por quien lo hacemos que, en última instancia, es por Dios.

 

Es Jueves Santo, esperamos ser recibidos los creyentes ateos, los que muchas veces somos faraones o los falsos sacerdotes que creemos imitar los prodigios de Dios o el pueblo incrédulo que se cansó de esperar por su libertador. Somos ateos cuando no hacemos algo en el nombre de Dios, somos ateos cada vez que no creemos en sus promesas, cada que nos desesperamos, cuando no hacemos caridad para con nuestro prójimo…soy ateo cuando me olvido de Dios y por eso hoy, recordamos con gozo la Eucaristía, porque nos hace comprender que basta un trozo de pan para un gran milagro, nos basta entender que hace falta sólo un pecador para que el misterio siga vivo, hace falta sólo un detalle para llevar a Dios a los demás.

 

Tertuliano dijo: “Creo porque es absurdo” y yo quiero creer pero, ¡Señor, auméntanos la fe! Porque nos comprendemos los signos de amor, mas queremos hacerlo ¡Ayúdanos a amar como tú nos has enseñado!

 

Hoy, es Jueves Santo, demos gracias a Dios porque no nos abandona, porque se ha quedado en pan y vino que ya no son pan y vino sino verdadera comida y verdadera bebida.

 

Dios conmigo, contigo, con nosotros.

Reflexión dominical para Domingo de Ramos-Que la fe no se apague

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Domingo de Ramos o de la Pasión del Señor

5 de abril de 2020

 

Que la fe no se apague

Por Fr. Fausto E. Méndez OSA

 

La reflexión la quiero centrar en la respuesta del salmo de hoy (Sal 21): “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” y es que tal parece que es un sentir común para varias personas.

 

Quizás no muchos lo sientan así, sin embargo, es una realidad de nuestro momento. Este sentir se comparte como una inquietud no sólo de bien social sino como un reto para todo creyente, pero se ha llegado a una confusión: Dios no nos ha abandonado, pero sentimos abandono ¿Por qué?

 

El Papa reflexionó esta inquietud y en su meditación abrió el interior cuestionando: «“¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón» ¿No le importamos a Dios? ¿o es que llegó el momento en que tomamos conciencia de lo importante que es Él en nuestra vida?

 

Canta el salmista: «Al verme, se burlan de mí, me hacen gestos y dicen: ‘Confiaba en el Señor, que él lo salve si tanto lo ama» y hay creyentes que exigen una respuesta de Dios, hay ateos que se burlan del silencio de Dios y provocan ruido en nuestro corazón y nos piden una señal de su existencia…y no aprendemos ¿verdad? O es que ¿hay alguna diferencia entre estos ateos que nos piden una señal divina y Satanás que quiso tentar al Señor?

 

¿Cuántos no temieron un “desabasto” y por “instinto de supervivencia” o “la capacidad del más fuerte”, se olvidaron que no sólo de pan (o de papel higiénico) vive el hombre?

 

Decimos que sólo adoramos y servimos a Dios…y la inminente “crisis económica” hace que quien no tenga autentica necesidad de trabajo se exponga el bienestar de otros porque “sin una economía sólida todo será terrible” y salimos, y hacemos, y nos salvamos y…,y…, y tememos.

 

Yo, hermanos, me cuento entre estos a los que la incertidumbre nos hizo alarmar nuestro corazón, me cuento entre los que olvidamos ese Evangelio del 1er domingo de Cuaresma, me cuento entre los que caímos en el agobio de la soledad, del desierto y la privación; mi ayuno perdió propósito, mi limosna no dio paz a otro y olvidé lo que escuché del Señor.

 

Lo que me lleva a pensar, que si algo de esto inquietó a alguien, lo cierto es que abandonamos a Dios y no Él a nosotros: «No teman, yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo», pero me rodean los malvados, tengo miedo ante esta multitud; han taladrado mis manos y mis pies…se puede ver mi interior, la pobreza de mi suficiencia, la miseria de mi orgullo, la necedad del intelecto…se nos ha abierto el corazón en el encierro de nuestro espíritu.

 

 

Hoy, Domingo de Ramos, se nos invita a que desde el interior de nuestro corazón, significado ahora en nuestras casas, en los hogares, salga ese grito de júbilo, ese grito de reconocimiento por el Señor que pasa: ¡Hosana! Bendito su nombre que nos trae paz, bendita su promesa que nos da esperanza, bendito el que nos hace recordar que nunca hemos estado solos…aunque los mismos que le gritaron y proclamaron rey, son los mismos que gritaron ¡Crucifíquenlo!, tiempo después.

 

Domingo de Ramos es el inicio de la Semana Santa, es el culmen de nuestro aprendizaje durante este tiempo de fe y crecimiento; es tiempo de recordar las promesas del Señor, de reconocer nuestro abandono como tiempo de fortaleza que aprovecha Dios para que crezca la interioridad, para reconocer que la desnudez que canta el salmo: “Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica”, es la desnudez de nuestras seguridades, como lo dijo el Papa: « La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades».

 

Señor, estamos desnudos, nuestra herida está descubierta…¡Sánala por tu nombre! Tú que no temes la prueba y entras triunfante, tú que siempre nos perdonas, tú que no nos abandonas, Señor, que te reconozcamos, que no olvidemos que tu amor por cada niño, por cada hombre y mujer, por cada anciano, está latente en tu Cruz y si Israel pasó a pie el mar Rojo sin mojarse, si resucitaste muertos, si creaste todo, si ordenas todo, ¿qué es este momento para ti?

 

Quedémonos son esta frase del Evangelio: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, PERO YO HE ROGADO POR TI, PARA QUE TU FE NO SE APAGUE.” (Lucas 22, 31-32).

Dios contigo, conmigo, con nosotros.

Feliz Semana Santa.