Reflexión domincal-Concordia

Concordia

Por Fr. Fausto E. Méndez OSA

Dios reconcilió al mundo consigo por medio de Cristo. En la cruz, el amor de un solo hombre ha dado vida a cada uno de nosotros, el amor de ese hombre que quiso hacerse uno como nosotros para poder reconciliarnos a nosotros, los hijos tan amados por él. El mensaje que hoy quiere transmitirnos el Señor es el de la concordia, es decir, el acuerdo de los corazones, ¡Cuánta concordia hace falta en nuestro mundo!

Escuchamos a San Pablo resumiendo el mensaje de Cristo y la misión reconciliadora de la Iglesia: “el amor es la plenitud de la Ley” (Rm 13, 10b) y no se ama porque sea un mandamiento, sino porque Dios nos amó primero, nos ama hoy y quiere amarnos siempre. Su amor no es egoísta ni busca satisfacerse ¡Te busca, nos busca para hacer crecer el amor!

En los domingos anteriores hemos escuchando cómo el mensaje del Evangelio va transformando la vida de quienes acuden a Él, pero se ocupa discernimiento para lograr que el mensaje del amor y la reconciliación sean una realidad viva. Se ha malentendido que la enseñanza de Cristo es perdonar cualquier ofensa y que un auténtico perdón no genera una consecuencia. El perdón de Dios no es condicional, perdona todo, pero tiene una consecuencia espiritual que necesita restaurarse en los sacramentos, en el ejercicio cotidiano de la caridad y en la oración.

La auténtica enseñanza de Cristo es la reconciliación por medio del perdón, la conversión de vida y la oración. Jesús perdonó todo, pero pidió no pecar más, cambiar, creer, porque cada muestra de su amor para con nosotros nos compromete en el amor no como una carga sino como una deuda de amor, es decir, un compromiso con una ley que tenemos inscrita en el corazón: amar, pues el que ama a su prójimo, no le hace daño.

El mensaje del profeta Ezequiel tiene vigencia hoy para cada uno de nosotros. Si vemos a nuestro hermano en el error y no le advertimos o exhortamos a una conversión de vida, a un corregir su camino que lo pierde por uno que lo salve, nos convertimos en sus cómplices. Nuestra condición de hombres nos hermana en naturaleza, pero nuestra condición de hijos de Dios nos hermana en el amor que sana, que cura las diferencias y nos cura la vista para ver con misericordia. Somos pecadores, pero también somos hijos de Dios y aunque cometamos errores, si podemos ayudar a nuestro hermano y no lo hacemos, pecamos con mayor gravedad.

¿Por qué Dios no lo salva si tanto lo ama? Lo ama y nos ha dejado en herencia un testamento en la Cruz, una promesa de amor como entrega y mensaje de esperanza: transformar el corazón es permitir que Dios actúe. Nosotros auxiliamos a Dios no porque él lo necesite, sino porque deseamos que la bendición que dios quiere para el pecador sea recibida porque nosotros lo hemos experimentado primero.

Hay algo agresivo en la palabra “cambiar”; “debo ser otro”, porque parece que así como soy no soy lo suficientemente bueno. Debo convertirme en alguien nuevo: “ser otro” y eso no es negarse a sí mismo sino engañarse a sí mismo. Cambiar, para el cristiano es transformarse, pues transformar señala que todo en mí puede ser.

Es confiar en que Dios se manifieste en mí y es aquí el punto central de este Evangelio que podemos llamar como “de la corrección fraterna” porque al corregir, al denunciar algo que no está bien en mi hermano, no es porque me considere superior o más justo, porque el punto que debe propiciarlo es que reconocemos en sus actos un desvío del amor y queremos que vuelva a ese amor que nos une y nos permite convivir.

Si corrijo porque me creo superior es un juicio y no una corrección. Corregimos para salvar, por amor, para permanecer unidos. El mensaje del Señor es evidente en tanto que procurar el bien del otro es permitir que la esperanza se siembre en el corazón confundido, por eso los pasos para la corrección quieren, buscan, la salvación de la persona porque es un deseo común. Todos queremos estar reconciliados con Dios, cuidamos esa reconciliación y por tanto, juntos, nos exhortamos a cambiar y a caminar juntos tratando no volver a pecar y vivir en una constante lucha por ser fieles a Dios

“Una sola alma y un solo corazón” reza el libro de los Hechos de los apóstoles, una sola alma y un solo corazón que se orientan hacia Dios, recita San Agustín a sus frailes porque deseamos que todos juntos, concordes, unánimes, gocemos del amor de Dios. Corregimos porque no queremos que ninguno se quede en el camino, oramos para permanecer junto a Dios, ¡Amamos para hacer vida a Cristo en cada uno y junto con todos!

Señor, que no seamos sordos a tu voz, no endurezcas nuestro corazón. Auméntanos la fe, la esperanza y la caridad. Reconcílianos y protégenos con tu bondad en medio de las dudas para que tengamos libertad, para que vivamos auténticamente como Iglesia, interesándonos los unos por los otros pues el que ama no daña, el que corrige quiere salvar. Buscarte es encontrarte junto con los hermanos, encontrarte es reconocerte en cada uno y amarte es vivir en concordia.

Dios contigo, conmigo, con nosotros.

Bienaventurado domingo.

Publicado el 5 septiembre, 2020 en Presentación. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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