Archivos Mensuales: julio 2016

Reflexión dominical-«El deseo de paz de ustedes se cumplirá»

De dos en dos

Jubileo extraordinario de la Misericordia

Domingo XIV del Tiempo ordinario

03 de julio 2016

 

 

El deseo de paz de ustedes se cumplirá

Por Fausto E. Méndez

 

 

Aunque hoy se omita la fiesta de Santo Tomás, apóstol, quiero recordar la enseñanza que el encuentro con Jesús deja en su vida y en la de la Iglesia: creer sin ver. Cuando Jesús habla en el Evangelio de hoy, manda a los apóstoles a experimentar la fe, más no a un experimento, es decir, en ellos se deberá ver el fruto del encuentro que ellos ya tuvieron con el Maestro para que quienes no lo han visto, lo conozcan por medio de ellos, de la señal que su apostolado representa como enviados del Amor. Jesús ya tiene ideado el proyecto, lo tiene muy bien definido y envía a sus apóstoles a la tarea de “hacerse camino” en medio de una jauría de lobos (Cfr. Lc. 10, 3), he aquí que los apóstoles no temen el ir a la obra, porque el Señor es quien los envía y les ha dicho cómo llevar a cabo la tarea y así poder cantar como nosotros en el salmo: “Las obras del Señor son admirables” (Sal. 65).

 

“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos” (Lc. 10, 1) El gran reto ante el que se encuentra el Señor es que muchos de los que lo han escuchado son “sensacionalistas”, creen porque ven, se admiran de las maravillas que ha hecho Jesús pero cuando habla del compromiso que implica el seguirlo con el corazón, es cuando el miedo se apodera de nuestro espíritu y sucumbe al desánimo y la perplejidad de cuestionarse: “¿esto es lo que realmente quiere Dios de mí?”

 

El mundo, como tentador, nos ofrece una vida hakuna matata, cuya traducción del suajili es “no te preocupes” y su interpretación más famosa es la de una vida que huye de la realidad para vivir en la comodidad, sin arriesgar nada y vivir “sin preocuparse”, pero lo cierto es que el cristiano debe ver la preocupación como la misma palabra lo define: “Ocupar antes o anticipadamente algo.” (RAE, 2015), el cristiano que se preocupa por su salvación y la de los demás, se preocupa, se ocupa antes, de que sea demasiado tarde, cuando hay tiempo, y se procura tiempo de reflexión, de meditación profunda y sobretodo, de oración para responder el porqué está aquí. La respuesta es sencilla y ya nos la enseña la Santísima Virgen: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.” (Lc. 1, 38a). Estamos aquí para hacer la voluntad de Dios y está definida en Jn. 13, 34: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado.” Amar es el deseo de Jesús para con todos los hijos del Padre, pero nos toca responder a nosotros, consultando al Padre, ¿cómo vamos a amar como Él?

 

En su Carta a los gálatas (cfr. 6, 14-18), San Pablo se enorgullece de ser testimonio vivo de ser portador de la cruz por causa del Evangelio, que sus padecimientos han sido a causa del Cordero, por llevar el mensaje del Amor a pesar de las adversidades que éste ha planteado pero siempre configurado como una nueva criatura, porque se ha dejado moldear por la Palabra viva, para así hacer suya la paz y la misericordia que vienen de lo alto.

 

La fe y la esperanza, son virtudes que encuentra quien practica la caridad, el amor al prójimo, y quien sabe reconocer a Dios en el prójimo, ha sabido tener un encuentro con el Amor, señal conveniente para definir el camino que hemos de seguir para un acercamiento más definitivo con el Salvador, pues si ves sufrimiento y te sientes llamado a ayudar o a consolar, si te sientes llamado a dar de comer al hambriento, sanar al herido, enseñar al que no sabe, proteger al débil, porque en ellos has visto el rostro de Jesús, define tu rumbo por aquel encuentro que estás dispuesto a aceptar día con día para que tu “trabajo” sea tu vocación, maravilla que tristemente es poco común en el mundo de hoy donde lo cómodo, es el mejor “oficio”; como los apóstoles no se preocuparon por la comida ni el vestido, así el seguir la vocación no debe plantearnos estas preguntas si sólo buscamos lo que satisfaga el cuerpo y no el alma. Dios provee, pero hay que confiar haciendo su voluntad.

 

El profeta Isaías invita a una alegría que es propia de una ciudad victoriosa que ha logrado sobrellevar la tempestad y su anuncio es una invitación a buscar la alegría del corazón, no la satisfacción de lo corpóreo, pues un maestro se desvelará por preparar excelentes clases y material para sus alumnos; el médico por detectar los malestares de sus pacientes, el sacerdote por escuchar con paciencia a sus hermanos; la religiosa por trabajar lo mejor que se pueda para sustentarse a ella y a sus hermanas; y pesar de no ser gratuito y ganar el salario propio, cuando tu trabajo es vocación, encontrarás una alegría que ni ninguna riqueza terrena te podrá proporcionar.

 

Jesús anima a los apóstoles y apela a la generosidad de la gente para que tengan qué comer, una muestra significativa del amor al prójimo que no es sino reflejo del amor a Dios, a quien el hombre ha visto en los ojos y la labor de los seguidores de Jesús. Siempre habrá alguien dispuesto a ayudarnos, a hacer caridad pero no como acto lastimero sino como una extensión del amor divino, pero a veces el orgullo provoca ceguera y se camina como vagabundo que no tiene camino porque rechaza caminar del brazo de su hermano o hermana.

 

¿El rechazo al reino tiene que ver con la forma en que se predica? No, y pesar de lo que se crea, tampoco tiene que ver con un testimonio, aunque sin duda ayudaría de manera muy significativa, a Jesús se le acepta por ser Él quien es, si ponemos condiciones, no le damos la seriedad al mensaje, aunque venga del peor de las personas. Muchas veces la falta de buenos ejemplos de fe cristiana, han influido para rechazar el Evangelio, pero es porque se centra la atención en la frágil humanidad y no en el esfuerzo que la fe conlleva. Jesús fundó una sola Iglesia y es la que ha designado como su familia e imagen operante de su mensaje, y a pesar de las fallas, ha logrado vivir por Cristo, su fuerza y su mensaje.

 

Es el mal quien desanima y procura que nos olvidemos de la verdadera fe y el sentido que hay encontrar para nuestra vida, sin embargo, es Dios quien no deja de insistirnos en cuál es la razón de nuestra existencia y de invitarnos a ese íntimo encuentro con Él y su misericordiosa voluntad.

 

Finalmente nos recomienda San Agustín: “Vivamos, por tanto, santamente y, para poderlo, invoquemos a aquel que nos lo mandó. No reclamemos al Señor una recompensa terrena por nuestra vida santa. Dirijamos nuestra atención a las cosas que se nos prometen. Pongamos nuestro corazón allí donde no puede corromperse con las preocupaciones mundanas” (Sermón 19, Comentario de los salmos 50 y 72).